María Teresa de Febrer
Hace poco más de un año, Joaquín Estefanía afirmaba en las páginas de El País: “Se han roto muchos eslabones de la solidaridad”. Afirmación que, un año después, parece todavía más evidente, cuando se deberían reforzar más y más todos y cada uno de los eslabones de la necesaria cadena de la solidaridad. En una sociedad tan castigada por las desigualdades, la falta de solidaridad nos lleva a más desigualdad y a mayor riesgo de vulnerabilidad.
La solidaridad, en opinión de Joseph Conrad, “mancomuna toda la humanidad, une la soledad de innumerables corazones”. La solidaridad relaciona a cada persona con su prójimo. En demasiadas ocasiones se nos presenta a la solidaridad como un valor casi inalcanzable o como calificativo que acompaña actividades de lo más variopinto. De vez en cuando, sin embargo, aparecen análisis acerca de la solidaridad que la sitúan en su lugar. Así lo hace Alain Supiot, catedrático en el Collège de France, quien afirma que la noción de solidaridad tiene un origen jurídico que se remonta al Código Civil francés de 1804 y que ha ido adquiriendo mayor alcance, como lo demuestra el Código de la Seguridad Social de Francia de 1945 en el que se afirma que “La organización de la seguridad social está fundada sobre el principio de la solidaridad”.
Este tipo de solidaridad, llamémosle nacional, se deriva de las aportaciones de los contribuyentes y nos beneficiamos de ella como personas usuarias de los servicios públicos. Junto a la solidaridad nacional, Alain Supiot señala que hay otras solidaridades civiles que tienen una base voluntaria y son administradas por organismos sin ánimo de lucro. Las así llamadas solidaridades civiles no dividen al mundo entre los que dan y los que reciben sino que son expresión de la dignidad de todos los seres humanos, sin ningún tipo de distinción.
En definitiva, los eslabones de la solidaridad no deben romperse porque se quebraría esa sutil malla, casi invisible, que relaciona a los seres humanos, estén donde estén, estableciendo una comunicación auténtica, de persona a persona, a través de la cual hacemos nuestro el sufrimiento de tantas persona que, cerca o lejos, reclaman a diario nuestra solidaridad.
Teresa de Febrer es licenciada en Derecho y trabaja en el área de sensibilización y educación para el desarrollo de Prosalus.
Fotografía de Rubén Iglesias con licencia CC BY 2.0